Colectivos reinician búsqueda de desaparecidos en Veracruz tras cinco meses de pausa por la epidemia

Con el cambio a semáforo amarillo en Veracruz, decenas de padres, madres, y familiares de Veracruz han vuelto a rastrear pistas de sus seres queridos.

Foto: Daniel Garmu / El Mundo de OrizabaPorJessica Ignot / El Mundo de Orizaba 2 de septiembre, 2020

Lo que no consiguió el permanente desgaste emocional, económico y físico, al que se han visto sometidos por la desaparición de sus seres queridos, lo logró una pandemia: durante 155 días, cinco meses, los Colectivos de Desaparecidos de Orizaba detuvieron sus labores de búsqueda.

Pero ahora, con el cambio a semáforo amarillo en Veracruz, la labor incasable de búsqueda se ha reiniciado, y decenas de padres, madres, y familiares de Veracruz, han vuelto a su terrible rutina: rastrear cualquier pista de sus seres queridos en hospitales, comandancias, centros de detención, y en las fosas clandestinas que brotaron especialmente durante el mandato de Javier Duarte, quien ayer martes sumó una nueva orden de aprehensión; esta vez por el presunto delito de desaparición forzada de un expolicía.

Con motivo del reinicio de las labores de los Colectivos de búsqueda, el diario El Mundo de Orizaba documentó los casos de tres jóvenes del municipio de Ixhuatlán del Café, en la zona montañosa del centro de Veracruz, quienes fueron desaparecidos presuntamente a manos de elementos policiacos.

“Ya no vivo, sobrevivo”

Angelo Montiel San Pedro llegó de Cancún a Orizaba en busca de un mejor trabajo para mantener a su familia. Pero no pudo alcanzar sus sueños: desapareció el 1 de abril del 2013 en Ixhuatlancillo, localidad que está a unos escasos 8 kilómetros de Orizaba.

Gabriela San Pedro, madre de Angelo, de 21 años, relata lo que es vivir el dolor de perder a un hijo, la incertidumbre de no saber dónde está, y el coraje de saber que posiblemente elementos de la Policía Municipal de Ixhuatlancillo estuvieron involucrados en su desaparición forzada.

“Ya no vivo, en realidad. Sobrevivo. Es algo que te genera mucho dolor -trata de explicarse la mujer, que viste una playera blanca con la fotografía de su hijo sonriente-. No puedes dormir, pierdes todo tu entorno, tus amistades, tu familia. Todo. Dejas de vivir por buscar y encontrar a tu hijo”.

Angelo trabajaba en un despacho de cobranza. El día de su desaparición salió a hacer unas notificaciones de adeudos a la colonia Los Olivos y a otras colonias aledañas a Ixhuatlancillo.

Gabriela cuenta que cuando su hijo Angelo desapareció, ella y su familia fueron quienes iniciaron la investigación. Fueron ellos y no las autoridades veracruzanas quienes se entrevistaron con los vecinos. Por eso supieron que la última vez que Angelo fue visto con vida fue, precisamente, pidiendo auxilio a la policía municipal de Ixhuatlancillo.

Según el relato de su madre, Angelo fue a la colonia Los Olivos a nofitificar a una persona que tenía que pagar un adeudo al despacho para el que trabajaba.

Molesta, la mujer notificada llama a su familia y empiezan a agredir a Angelo: lo meten a su casa, lo privan de la libertad, lo golpean, y tras estar cerca de una hora en esa casa, llega un taxista, que es suegro de la mujer, y se lleva a Angelo encintado en la cajuela del carro.

El taxista se lo lleva a un monte cercano. Lo vuelve a golpear y lo amenaza con que también van a ir por su esposa y a por su hija si vuelve a aparecerse por la colonia exigiendo el cobro de la deuda.

“Le quita su teléfono del trabajo, que era un Nextel, su teléfono personal y también su cartera; lo golpea otra vez. Después, intenta pasarlo a una camioneta, pero Angelo se logra zafar, brinca y corre hacia el fraccionamiento. Iba gritando, por eso es que Angelo se mete a una casa que estaba abierta y el dueño, tenía un perro, el cual lo muerde, y el señor lo saca a empujones”.

Gabriela narra que Angelo sigue corriendo en la calle. Ve otra casa con la puerta abierta y se mete, pidiendo auxilio. Su hijo iba con corbata y camisa de vestir. Le explica a la dueña que no es un delincuente y que necesita su auxilio. La señora lo resguarda en su casa por unas horas y lo cura de las mordidas del perro. Pero ya por la noche, Angelo se marcha con 50 pesos que la señora le da para que tome un camión de vuelta a casa.

Sin embargo, al salir a la calle, Angelo ve una patrulla municipal y corre a pedirle auxilio. Los policías lo suben al vehículo… y ya nunca más se supo de él.

El padre de Angelo, que vive en Orizaba, salió a buscar a su hijo y se encuentra con la Policía Municipal, pero los elementos no le dan información.

Gabriela se traslada de Cancún a Orizaba para buscar información sobre su hijo, y logra entrevistarse con la persona que lo ayudó. Así fue como logró reconstruir la historia de la desaparición de su hijo Angelo.

“Muchas veces, en estos años de búsqueda, me he preguntado si seguirá vivo… O si me lo mataron, o si me lo fueron a tirar en alguna parte. Porque una, soportando tanto dolor, también aprende a ser realista”, lamenta Gabriela.

“Se aferró a pedir ayuda a los policías”

Angelo, asegura su madre, es un chico sin vicios, responsable con su familia.

Cuando desapareció su nena tenía apenas 11 meses. Hoy, la pequeña ha crecido y solo conoce a su papá por fotografía y por lo que su abuela y madre le cuentan.

Angelo había llegado de Cancún a Orizaba, no tenía amigos, fue haciendo conocidos por medio de su trabajo, tenía la esperanza de contar con un buen trabajo para sacar adelante a su esposa e hija, pero sus sueños fueron truncados.

“Él qué iba a pensar que por pedirle ayuda a una patrulla lo iban a entregar a los malos o a llevárselo. Él se aferró a pedir ayuda a los policías, eso fue lo último que se supo de él”, subraya Gabriela.

Angelo tenía ganas de seguir estudiando, pero se convirtió en papá, la niña era su adoración, y por eso buscaba siempre un mejor trabajo para poderle dar una mejor calidad de vida.

“Es una persona sana, buen hermano, porque a pesar de que él estaba trabajando y sus hermanos estudiando, les daba para su gastada sin que les pidieran; ahí se veía el amor de hermano. Y como hijo, su primer sueldo me fue a buscar a mi trabajo y me llevó a comprar unos zapatos”.

Gabriela sigue viviendo en Cancún, pero a pesar de la distancia y de que los años pasan lentamente sin noticias, no deja de buscar a su hijo.

Viene a Orizaba frecuentemente a hacer la búsqueda de Angelo, a pedir avances en la investigación y a aportar pruebas o muestras de ADN cuando se requiere.

Por ello, como muchas otras familias veracruzanas que están en la misma situación, ha tenido que dejar su trabajo y su hogar en Cancún para venir a Orizaba y seguir buscando a su “pequeño”. La vida le ha cambiado, asegura. Y no solo para ella, sino también para sus otros hijos.

“La vida nos dio un giro total en todos los sentidos -dice de nuevo en un lamento-. La salud se te deteriora. Se me llegaron a caer hasta los dientes porque en las noches me los apretaba demasiado y me los rompí”.

Económicamente el desgaste también es más que evidente, porque Gabriela tiene que estarse trasladando de Cancún hacia Orizaba, a más de 1 mil 343 kilómetros de distancia, para continuar con la búsqueda de su hijo.

Pero el mayor desgaste, subraya, es el emocional. El no saber qué le pasó a su hijo Angelo.

“El dolor que se siente es indescriptible. La comida ya no me sabe a nada. Muchas veces me pregunto si él estará comiendo, si estará enfermo, o si seguirá con vida”.